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Emergencia ambiental: En 2024 se perdieron 6,7 millones de hectáreas de bosques

Emergencia ambiental: En 2024 se perdieron 6,7 millones de hectáreas de bosques

Por más gigantesco que parezca, incluso el pulmón más profundo de la Tierra puede arder. Así lo demuestran las últimas cifras de deforestación global: en 2024, el planeta perdió 6,7 millones de hectáreas de selvas tropicales primarias, una extensión comparable al tamaño de Panamá. En un año marcado por incendios sin precedentes, el ritmo de pérdida alcanzó una velocidad abrumadora: el equivalente a 18 campos de fútbol desaparecieron bajo el humo cada minuto.

Según los últimos datos del laboratorio GLAD de la Universidad de Maryland, difundidos a través de la plataforma Global Forest Watch, esta cifra representa un aumento del 80% con respecto al año anterior.

La magnitud de esta catástrofe ecológica no solo amenaza la biodiversidad y el equilibrio climático global, sino que también dejó tras de sí 3,1 gigatoneladas de emisiones de gases de efecto invernadero, más de lo que India emite por el uso de combustibles fósiles en todo un año.

Los incendios fueron responsables de cinco veces más pérdidas en 2024 que en 2023, una escalada atribuida a condiciones climáticas extremas —el año más caluroso jamás registrado, potenciado por el cambio climático y el fenómeno de El Niño. La Amazonía brasileña, la región más biodiversa del planeta, fue uno de los epicentros de este desastre. Brasil, con la mayor extensión de selva tropical primaria del mundo, representó el 42 % de la pérdida total registrada.

La situación se agravó por políticas estatales que han debilitado las protecciones ambientales. En estados clave como Mato Grosso y Rondônia, se aprobaron leyes que socavan moratorias históricas contra la deforestación. Esta permisividad legal, combinada con la expansión de la agroindustria, amenaza con perpetuar un ciclo de destrucción y sequías.

Bolivia

Bolivia, por su parte, emergió como una trágica revelación: la pérdida de selva primaria se disparó un 200 %, ubicando al país andino como el segundo más afectado del mundo, solo detrás de Brasil. La liberalización de exportaciones y el incentivo al uso de agroquímicos favorecieron la expansión agrícola y, con ello, la deforestación.

Paradójicamente, fue una reserva indígena, Charagua Iyambae, la que logró resistir las llamas, gracias a sistemas comunitarios de alerta temprana y políticas de uso sostenible del territorio.

Guatemala

La región mesoamericana también sufrió los embates del fuego. Guatemala perdió el 2,7 % de su selva primaria, con incendios que obligaron al presidente a declarar un desastre natural.

México, donde el fuego arrasó casi el doble de bosque que el año anterior, vio cómo estados como Campeche y Quintana Roo encabezaban la destrucción, en parte vinculada a la expansión agrícola promovida por comunidades menonitas.

Congo

La cuenca del Congo, otro bastión de selvas vírgenes, no escapó al deterioro. La República Democrática del Congo y su vecina, la República del Congo, registraron los mayores niveles de pérdida forestal de su historia. En esta región, el problema va más allá del fuego: la tala para carbón, la agricultura itinerante y la minería ilegal erosionan lentamente el corazón verde de África. El conflicto armado, el desplazamiento forzado y la pobreza generalizada hacen de la deforestación una trágica necesidad de supervivencia.

Pese a este sombrío panorama, hubo islas de esperanza. Indonesia y Malasia lograron reducir sus tasas de pérdida, en parte gracias a políticas de manejo forestal, lluvias fuera de temporada y participación activa del sector privado. No obstante, las cifras aún están lejos de los compromisos globales adoptados en la Declaración de Glasgow, donde más de 140 países prometieron detener y revertir la pérdida de bosques antes de 2030.

Fuera de los trópicos, la crisis también se sintió. Canadá y Rusia, con sus vastas extensiones boreales, vivieron incendios masivos que aceleraron la pérdida de cobertura arbórea. Estos bosques, vitales para el equilibrio del carbono global, enfrentan ahora una peligrosa retroalimentación: cuanto más se queman, más carbono liberan, y cuanto más carbono liberan, más se calienta el planeta.

El mensaje de 2024 es claro: estamos fallando. Para revertir esta tendencia y cumplir con los objetivos climáticos y de biodiversidad, será necesario reducir la pérdida forestal anual en al menos un 20 % desde este año. Esto implica compromisos políticos estables, cadenas de suministro libres de deforestación, financiamiento climático adecuado y, sobre todo, modelos económicos que sitúen a las comunidades y sus bosques en el centro de la recuperación.

Fuente: National Geographic

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