El miedo entre fuego y armas que deja cicatrices en los trabajadores forestales frente a un ataque
Mayo quedará grabado como una jornada de pesadilla para trabajadores de un fundo de la comuna de Los Sauces, Región de La Araucanía.
Un violento ataque incendiario, protagonizado por tres encapuchados armados, no solo destruyó entre 6 y 8 equipos, sino que dejó una profunda huella psicológica en quienes vivieron ese infierno, sobre todo por el temor de perder la vida pues en todo momento los trabajadores estuvieron siendo apuntados con armas de alto poder de fuego.
“Pensamos que era un simulacro”
Uno de los afectados relata, aún estremecido, cómo poco después de las 18:00 horas, mientras calibraba madera junto a su supervisor, se dirigió al carro comedor para reunirse con el líder de Mantención.
“Vimos pasar una camioneta a toda velocidad frente al carro, y segundos después, apareció un encapuchado armado que gritó que era policía. Pensé que era un simulacro… pero pronto comprendimos que era un asalto real. Nos quitaron los teléfonos, mientras intentábamos, con mucho cuidado, esconder una radio de comunicaciones. Esa radio sería nuestra única conexión con autoridades o la jefatura de la empresa una vez que los antisociales se fueran”, comentó.
Pronto, llegaron más delincuentes con armas de grueso calibre. Amenazaron al jefe de faena y lo obligaron a ordenar por radio a los demás trabajadores que los operadores salieran al camino. Las sospechas crecieron entre todos: algo no estaba bien. “Uno dijo por radio que seguramente al jefe lo tenían secuestrado, y eso enfureció a los encapuchados. Fue el momento en que más temí por mi vida”, relata. Los delincuentes obligaron al jefe a conducir, lo llevaron a distintas máquinas y, frente a su mirada impotente, las incendiaron con acelerantes, una tras otra.
“Todos al suelo”
Otro trabajador recuerda con detalle los minutos de terror vividos. “Mientras estábamos reunidos, escuchamos un vehículo acercándose rápido. Una camioneta se detuvo afuera y en segundos, un encapuchado vestido de negro, chaleco antibalas y un arma larga irrumpió. Con su arma apuntándonos nos obligó a tirarnos al suelo. Nos preguntaron cuántas personas había, cuántas máquinas… nos amenazaban todo el tiempo. Cuando identificaron al jefe, lo sacaron, mientras otro encapuchado nos seguía apuntando”, rememoró.
Las órdenes eran claras: entregar teléfonos, billeteras, llaves. “Nos dijeron que, si cooperábamos, no nos pasaría nada. Metieron todo en un recipiente y lo dejaron afuera. Después trabaron la puerta del carro comedor con fuerza. A través de una pequeña ventana, comenzamos a ver luces, a escuchar ruidos… las máquinas estaban ardiendo. Temimos lo peor: que nos quemaran vivos dentro del carro. Pero pronto nos dimos cuenta de que estaban pintando mensajes por fuera. Eso nos dio un mínimo alivio”, aseveró.
Finalmente, los hicieron salir, caminar de espaldas hacia el cerro durante 40 minutos y todo momento apuntándolos con sus armas. Prometieron que podrían recuperar sus pertenencias, pero al volverse, vieron cómo los delincuentes escapaban, dejando atrás maquinaria, camionetas y efectos personales en llamas.
El compañero perdido
Cuando al fin lograron activar la señal de emergencia con la radio escondida y contactarse con los guardias del predio, hicieron pasar lista. Faltaba un trabajador. “Había huido campo afuera, corriendo algunos kilómetros, pensando que lo perseguían los encapuchados. Estaba desesperado, temiendo por su vida”, contó. Finalmente, fue encontrado sano y salvo por vigilantes que llegaron tras recibir el aviso de emergencia.
Aunque ninguno de los trabajadores resultó herido físicamente, todos coinciden en algo: el daño emocional es profundo. Lo que esa noche quedó ardiendo entre los neumáticos y las máquinas no fue solo equipamiento, sino la confianza, la tranquilidad y la sensación de seguridad. Fue un ataque que dejó cicatrices invisibles, marcadas para siempre en quienes lo vivieron.