Cuando los árboles sanan: del termalismo al “baño de bosque”
Por María José Correa Gómez, Doctora en Historia por University College London. Académica e investigadora del Departamento de Humanidades (UNAB) y Directora del Doctorado en Humanidades Aplicadas (UNAB)
En la búsqueda de nuevas formas de bienestar, los llamados “baños de bosque” o “de naturaleza”, han cobrado protagonismo, presentándose como una novedad terapéutica de origen japonés -“Shinrin-yoku”- que pone en valor el potencial sanador de los árboles y de su entorno. Esto ha llevado al desarrollo de diversos proyectos, como los “baños de bosque” recientemente inaugurados en el Campus San Joaquín o la guía práctica de Shinrin-yoku editada hace un tiempo por la Conaf, en conjunto con otras instituciones.
Esta práctica propone que sumergirse en la naturaleza, caminar por parajes boscosos y reconectar con el medio ambiente contribuye a la salud física y mental, fortalece el sistema inmune, eleva el estado de ánimo y aporta vitalidad, entre otros beneficios, y responde, en gran parte, a las consecuencias de un estilo de vida acelerado y exigente, agravado por una alimentación deficiente, el sedentarismo y las condiciones de vida propias de la ciudad.
Si bien los “baños de naturaleza” se presentan hoy como una gran novedad, en realidad no lo son. En Chile, la naturaleza ha sido considera por largo tiempo como un recurso fundamental para el tratamiento de diversas afecciones. Ya a mediados del siglo XIX, la medicina explicaba que muchas enfermedades se originaban en la exposición a contextos urbanos con alta carga patológica, donde abundaban las emanaciones tóxicas y el contagio. Tanto la medicina miasmática, heredera de las ideas humorales, como la medicina microbiana, que comenzó a consolidarse hacia fines del siglo XIX, destacaron el valor terapéutico de las áreas verdes y su aporte en el tratamiento de problemas de salud asociados a las nuevas condiciones de vida de la modernidad.
Esto motivó el desarrollo temprano de importantes proyectos paisajísticos en hospitales, asilos, termas y espacios urbanos, como jardines, parques y arboladas. Según el planteamiento higienista, la vegetación debía integrarse a los espacios de salud y ofrecer un entorno propicio para el paseo y la contemplación. Para el médico Primitivo Espejo, no cabía duda de que las coníferas y eucaliptus, y otras plantas “balsámicas” que hacia 1890 rodeaban los baños medicinales de Cauquenes, en el valle del Cachapoal, no solo saneaban la atmósfera, sino que ofrecían “algo más que una simple acción sugestiva”, especialmente para “los neurópatas”.
María José Correa Gómez
Esta visión fue compartida hacia 1900 por el doctor Hederra, quien afirmaba que “los alrededores pintorescos y abundantes en vegetación” de las termas de Panimávida favorecían el ejercicio y proporcionaban distracciones necesarias para el reposo del espíritu y el desarrollo de la higiene corporal. El doctor José Joaquín Aguirre también sostendría una mirada similar: el cuerpo estaba hecho para moverse, pero ese ejercicio debía realizarse en entornos adecuados, preferentemente al aire libre, ya que facilitaba la digestión, completaba la nutrición y enriquecía la sangre. La caminata por jardines, parques y bosques era particularmente recomendada, pues ayudaba a alejar las “ideas tristes”, despejar el ánimo y lograr en los pacientes “cambios admirables”, cono subrayó el médico Teodoro Von Schroeders hacia 1874.
Además de las recomendaciones médicas, los numerosos establecimientos termales construidos en distintas regiones del país a partir de mediados del siglo XIX -en el contexto del crecimiento del sistema sanitario nacional- reflejan claramente la importancia atribuida a jardines y bosques como parte integral de la terapéutica. Aunque hoy suelen percibirse como lugares para “sumergirse en aguas termales”, los registros médicos de la época y los vestigios materiales que aún perduran evidencian que el termalismo respondía a un régimen integral. Este no solo invitaba a sumergirse en las aguas, sino también a empaparse del entorno cordillerano y a recorrer los numerosos jardines y extensos parques de los establecimientos.
Para inicios del siglo XX, los baños de Jahuel contaban con bosques, parques y hasta un laberinto, que aun perduran en el piedemonte cordillerano. Apoquindo tenía un gran parque, con más de 10 mil árboles, que pueden imaginarse en los alrededores del actual Hospital Dipreca, mientras que los baños de Cauquenes albergaban más de 80 especies de árboles y arbustos -magnolias, peonías, robinias, nísperos, nogales, cistus, pinos, acacias, fresnos, eucaliptus, arces, tamariscos, laureles, spireas, entre otros. Estos constituían lugares relevantes en los establecimientos e integraban el régimen terapéutico ofrecido por los médicos termales.
Aunque hoy hemos olvidado en gran parte estos espacios y su aporte a la salud, su valor terapéutico fue reconocido durante décadas. Por más de medio siglo, las autoridades sanitarias discutieron la necesidad de estatizar las termas para insertarlas en el sistema de salud nacional y asegurar el acceso de la población a sus múltiples beneficios.
Sin embargo, los cambios en las formas de comprender la enfermedad y la terapéutica no solo terminaron por descartar estos proyectos, sino también llevaron a que se desestimara la utilidad de la vegetación en el cuidado de la salud -eliminando, por ejemplo, los espacios verdes de los establecimientos hospitalarios o desechando la vinculación del termalismo con la salud. En ese proceso también se borró su memoria.
Actualmente, si bien algunos establecimientos termales se mantienen en pie o han sido renovados, otros apenas subsisten en las laderas de la cordillera de Los Andes. Aún los acompañan aquellos jardines y bosques que, en silencio, nos recuerdan no solo el carácter sanador de la naturaleza, sino también una historia local que hemos tendido a olvidar. Quizás el resurgimiento de nuevas -y no tan nuevas iniciativas-, como los llamados “baños de bosque”, pueda ayudarnos a volver la mirada a la naturaleza y a reconectar con tradiciones terapéuticas que, además de ofrecer respuestas a los desafíos de la salud contemporánea, proponen formas de cuidado más integrales, accesibles y vinculadas al territorio.